domingo, 30 de octubre de 2011

La madre de Panero hijo

Evgeny siempre ha querido ser huérfano. Es una de sus obsesiones. Una de tantas. Otro de sus temas recurrentes es el asunto de las baldosas de las aceras de Madrid. No hay día en el que no se acuerde y no se cague en los urbanistas de Madrid. 

A principios de Octubre intentó lanzar una campaña cívica -pese a su odio integrista hacia el concepto de civismo- para pedir el levantamiento urgente de todos los pavimentos de tránsito peatonal de la ciudad. A su parecer el minúsculo tamaño de las baldosas madrileñas impedía el caminar normal y natural de las personas ya que siempre presentaban irregularidades, causadas seguramente por la impericia de los obreros a la hora de colocarlos sobre la masa de cemento. Sin embargo siempre excusa a los obreros, unos parias al fin y al cabo, dirigiendo sus maldiciones a "los de arriba" del mismo modo que la responsabilidad del hundimiento de un barco siempre debe recaer en su capitán. 

Sin embargo la sociedad madrileña parecía estar demasiado ocupada -o distraída- con las manifestaciones antigubernamentales como para prestar atención a la campaña de Evgeny.
-¡¿De qué se quejan?! No me fío de quienes reivindican que la calle es suya y desconocen el peligro de sus aceras. No me fío de quienes no se molestan ni se acuerdan de los constantes tropiezos, mucho menos de los que ignoran las lenguas de fango que escupen esas baldosas los días de lluvia. Masa aborregada, eso es lo que son. Sólo son capaces de repetir slogans simples creados por otros. Además esos mismos que ahora están indignados hace un año te tomaban por loco si maldecías la democracia. No valen la pena, hazme caso. 
El pasado viernes se dejó en la barra del bar gallego que ambos solemos frecuentar una servilleta escrita por ambos lados. Sé que fue un descuido porque Evgeny jamás habría dejado semejante prueba a la vista de cualquiera. Evgeny detesta muchas cosas de la vida y nunca pierde la ocasión de enumerarlas una a una, como si se tratase de una lista negra personal con algún fin poco humanista. Despreciaba a los recién licenciados que estrenaban traje para su nuevo trabajo, a las típicas funcionarias del PSOE con collares y anillos étnicos, a los comerciales que usaban corbatas de colores estridentes, a las mujeres que pasean escondidas tras unas gafas de sol enormes y cara de cabreo, a los hombres que hablan demasiado cerca, a las mujeres que lo hacen demasiado lejos, etc. Entre esas fobias estaba la de los escritorzuelos que escribían en servilletas de papel. Claro que él no era un escritorzuelo, si ni siquiera un escritor. De hecho odiaba los libros.
-Mira, ni el mejor de los libros supera la historia de este barrio, de cualquiera de sus familias, de cualquiera de sus componentes. Hay mucha más verdad en los estantes del ultramarinos del pakistaní que en cualquier libro. Las historias de los libros terminan con el capricho de su autor. Después de ellos la nada. Fin, se acabó. Se puede seguir la pista de cualquier vecino varios años después de haberle conocido, rastrear el testimonio de cualquier chisme de patio de vecinas o conocer el destino de aquel amigo de la infancia. Pero en un libro uno no puede preguntarse por la suerte de alguno de sus protagonistas tras acabar la última página, no puede conocer los acontecimientos posteriores a la historia novelada. No. Los escritores crean mundos tal vez verosímiles y profundos pero su estrechez temporal y la imposibilidad para el lector de conocer más allá de la novela hacen de la literatura un arte prescindible. Para qué quiero libros si ya existe la gente. En su momento leí mucho, sobre todo en la universidad, pero eran lecturas obligatorias. Ahora ya no hay nadie que me imponga la lectura, por eso no la práctico.
He guardado la servilleta durante varios días pensando qué hacer con ella. Finalmente he decidido difundir su contenido porque seguramente demuestre que miente en algo.

Ojalá fuese huérfano
ojalá les hubiese matado cuando aun era niño
cuando no tenía ni edad para ir a la cárcel.

Si yo hubiese tenido una madre como la de Panero
(como la de Leopoldo María Panero)
si yo hubiese tenido la suerte
de tener una madre que sonriese siempre
que sonriese al contarle
que mi actividad sexual en el psiquiátrico
se reducía a las mamadas de los subnormales
a cambio de tabaco
yo
hubiese sido otro.